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Malinalco y su atl ollin

Frutas frescas, el Cuauhcalli mexica labrado en la montaña y un convento ricamente decorado te esperan en Malinalco.


Estoy en Malinalco, rodeada por el sonido tranquilizante y la frescura de sus atl ollin, palabra náhuatl que significa agua en movimiento, canales de riego. Malinalco está lleno de ríos y acequias que alimentan su verdor, frutos dulces y flores rosas, amarillas, naranjas, todas radiantes. 


Árboles y flores en Malinalco

 

Pueblo Mágico ubicado en el Estado de México y a dos horas al oeste de la Ciudad de México, Malinalco ofrece un viaje por la época prehispánica y por la colonia. Su nombre proviene de una de las especies de plantas que crece en la zona: el malinalli, también conocido como el zacate del carbonero, con el que se hacen sacas del carbón y los mecates con los que se amarran.

Malinalli también es el verbo malina en náhuatl, que significa torcer, por lo que Malinalco significa “lugar del zacate retorcido”. Su glifo muestra este zacate y me sorprende porque lo acompaña una mandíbula humana descarnada, parecería unir a la vida y a la muerte. Por si malinalli no tuviera suficientes significados, también representa en el pensamiento náhuatl el medio que comunica tres planos: el inframundo, representado por esa mandíbula humana descarnada sobre la que se encuentra el zacate retorcido, que representa la superficie terrenal, y un ojo-estrella, que refiere al mundo celeste.


Glifo de Malinalco que muestra el zacate retorcido y los tres planos a través de la mandíbula descarnada.

 

Uno de los atractivos de Malinalco es la zona arqueológica construida en el llamado Cerro de los Ídolos, una posición estratégica desde donde vigilar el valle, por un grupo local que se asentó allí al menos desde el año 1,000 d.c. El tlatoani mexica Axayáctl conquistó Malinalco en 1471 y se levantaron más construcciones, entre las que destaca el Cuauhcalli o la Casa del Sol, edificio monolítico único en latinoamérica y que mandó construir el tlatoani mexica Ahuizotl entre 1501 y 1515 para celebrar la graduación de los guerreros águila, quienes eran entrenados en Tenochtitlán.

El Cuauhcalli fue labrado en la misma montaña. Subo casi 500 escalones para alcanzar su entrada en compañía del trinar de pájaros y el revoloteo de mariposas amarillas entre árboles floreados en rosa. La vista panorámica me revela las rocas entre el verdor de Malinalco: al frente en los cerros vecinos y hacía bajo, en las calles empedradas que se intercalan con jardínes públicos y privados.

La entrada del Cuauhcalli me intimida: representa las fauces abiertas de una serpiente, con sus colmillos y lengua extendida en el piso hechas en piedra. Una vez adentro, se encuentra un águila esculpida con las alas plegadas y un hueco en su dorso, donde se depositaba la sangre humana, chalchiuatl, ofrecida por los guerreros a los dioses. Es ahí adentro donde se consagraba a los guerreros águila.

Sin embargo, los mexicas no disfrutarían el Cuauhcalli por mucho tiempo, pues en 1521 Malinalco es sometido por los españoles, lo cual no fue sencillo, según lo narrado por Hernán Cortés en su obra autobiográfica Tercera Carta de Relación: envió “otro grupo armado, esta vez dirigido por Gonzalo de Sandoval, quien contaba con dieciocho soldados a caballo, cien peones y buen número de aliados otomíes”, quienes finalmente triunfaron. Entonces se abre paso a la construcción de otro de los sitios emblemáticos del pueblo y que no hay que perderse: el bello Convento Agustino de la Transfiguración, actualmente activo, y la Iglesia del Divino Salvador entre 1540 y 1545.

Los frescos de la planta baja del convento alrededor de su patio central son una obra de arte que pintaron indígenas, llamados tlacuilos, entre 1571 y 1578 en blanco y negro. El blanco lo obtenían de la cal y el negro era ocote carbonizado con zapote, ambos mezclados con baba de nopal para que fijaran. Y vaya que la mezcla fue efectiva, pues los frescos se conservaron sin intervención humana por 400 años hasta su descubrimiento en 1974.


Frescos del Convento Agustino de la Transfiguración que muestran la variedad de plantas locales.


La intención fue evangelizar a la población local de manera no violenta usando la simbología y materiales locales. Los frescos representan tres paraísos: dos indígenas y uno católico. El xochitlalpan, paraíso de las flores, el tamoancha, paraíso de los guerreros y el jardín del Edén, en el que la manzana fue sustituida por el cacao.

Además, 47 plantas de la zona muestran el paisaje de Malinalco: medicinales, alucinógenas y afrodisíacas. Por ejemplo, la guayaba, cuyo té de hojas con canela sana la diarrea, o la copa de oro, llamada chichixochitl en náhuatl, fuertemente alucinógena. No puede faltar el nopal, hogar del insecto grana cochinilla, un parásito domesticado en Mesoamérica. El color carmesí que se extrae de las hembras oscila en un gran rango de colores según el ph que se le agregue. Se torna naranja o rosas tenues al agregar acidez, digamos jugo de limón, y morado, rosas intensos o rojos oscuros con sustancias alcalinas, como agua jabonosa.

Sin embargo, la Iglesia consideró a los frescos un fracaso para evangelizar porque la cultura indígena era más rica que la española y los mismos frailes la estaban adoptando, por lo que los frescos fueron cubiertos con cal hacia el año 1590. Su más reciente restauración y que nos permite apreciarlos en un estado de originalidad de entre 70 y 80% se realizó en 2002.

¿Dónde saborear las frutas cultivadas en la zona y representadas en los frescos? En las nieves que venden los puestos ubicados en las plazas y en el mercado del miércoles, tradicional desde la época prehispánica, que se monta a las afueras del convento. 

Yo me llevo una bolsa bien surtida con mamey, zapote, durazno, guanábana, plátano, guayaba de pulpa rosa y hasta jamaica para hacer agua. Las disfrutaré en el desayuno ambientado con el río que colinda con la casa donde me hospedo y junto con ciruelas del monte y nísperos que crecen en sus árboles.


Carla Pascual es autora de Descubrirme en Qatar, libro autobiográfico, y el primero escrito en español y que ofrece la mirada de una latinoamericana sobre la cultura árabe musulmana, pues las narrativas sobre Arabia usualmente provienen de EUA y de Europa.

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